La Vida es Sueño: del teatro al comic

A veces, los cómics son sueños dibujados, y en la adaptación de «La vida es sueño» de Pedro Calderón de la Barca, Ricardo Vílbor, Alberto Sanz y Mario Ceballos nos invitan a sumergirnos en un delirio de viñetas donde el destino y la libertad se baten en duelo. Como si despertáramos en una dimensión de tinta y color, este cómic se alza como un puente entre el año 1635 y 2025, respetando la esencia de la obra original sin renunciar a la magia de los trazos del dibujo.

Una obra que atesora parte de lo mejor de las letras del Siglo de Oro español. Baste recordar su argumento: El rey Basilio encierra a su hijo Segismundo en una torre porque los astros le han dicho que el chaval será un tirano peor que una tarde de calor sin aire acondicionado. Pero, claro, con los años le entra la duda: ¿será verdad eso del destino? ¿O acaso Segismundo podría ser un buen rey si le dieran la oportunidad? Así que decide ponerlo a prueba: lo saca de su mazmorra y lo pone en el trono por un día. Si la lía parda, de vuelta a la torre. Y si resulta ser un buen tipo, pues quizá… El resultado, como podría esperarse, es un desastre, con traiciones, revelaciones, peleas y reflexiones filosóficas de esas que dejan pensando hasta al lector más despistado. Pero lo que hace que esta adaptación en cómic funcione tan bien es cómo consigue trasladar el espíritu de la obra original a un medio como el comic.

En este cómic se percibe que Vílbor entiende que adaptar no es solo trasladar, sino transformar entre el respeto y el atrevimiento. Su guion mantiene el lenguaje original sin convertirlo en un muro infranqueable para el lector, y, al mismo tiempo, dota a la obra de una fluidez que hace que el texto respire. Hay momentos de vértigo, donde la acción estalla, y otros de profunda introspección, donde la duda y la identidad se vuelven protagonistas invisibles de la historia. En este cómic, soñar no es solo la gran metáfora, sino también una realidad palpable que nos invita a cuestionarnos si, como lectores, estamos también atrapados en una ilusión de papel y tinta. Adaptar un clásico de la literatura al cómic es como domar un león con una servilleta: difícil, arriesgado y con altas probabilidades de salir mal parado. En este caso Vilbor sale más que airoso de todo este embrollo.

Si Vílbor pone el texto, Sanz y Ceballos le dan cuerpo y alma a la versión en cómic. La cubierta ya avisa de que esto no es un paseo por el Siglo de Oro con recreaciones históricas meticulosas y decorados de cartón piedra. No, aquí hay fuego, pasión y un tratamiento artístico que rebosa personalidad. El diseño de personajes es atrevido, dinámico, casi cinematográfico. Segismundo no es solo un pobre infeliz encerrado en una torre: es una figura trágica con una presencia imponente, rodeado de una atmósfera que oscila entre la fantasía épica y el drama existencial. Y luego está el color. Con una paleta que se mueve entre tonos encendidos y sombras ominosas, crea una sensación de fatalidad que atraviesa toda la obra. Desde ese sol rojo de los presagios hasta las sombras que parecen devorar los espacios de la historia, cada página es una lección de cómo el color puede ser un narrador más. La ambientación no solo sitúa al lector en la época, sino que le hace sentir la carga del destino en cada viñeta.

Por si todo esto fuera poco, este tebeo viene con una serie de extras que hacen de esta edición de Dolmen Editorial (la primera la llevó a cabo Panini en 2018), un caramelito para los amantes de la literatura y del cómic. Desde un prólogo de Evangelina Rodríguez Cuadros hasta un epílogo de Ignacio Arellano-Torres, pasando por bocetos de Alberto Sanz y un dosier sobre el proceso de creación, se nota que este trabajo ha sido tratado con el respeto y el mimo que merece. Así, al cerrar este cómic de 112 páginas, nos queda la sensación de haber caminado por un territorio donde la palabra y la imagen se abrazan. Donde los ecos del pasado encuentran nuevos latidos en el presente. En «La vida es sueño» nos quedamos con la sensación de haber asistido a una función única, donde Calderón, el cómic y el teatro se funden en cada una de las viñetas de este tebeo.

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