Chaplin contra John Edgar Hoover: concesión de un visado

Para casi todo el mundo, Charles Chaplin es sinónimo de risa, ingenio y humanidad; una figura inmortal que transformó para siempre el cine y la forma de contar historias en la pantalla. Pero detrás de su bigote característico y sus andares torpes, se esconde una vida marcada por una persecución política y personal, un enfrentamiento que alcanza su clímax en el tercer y último álbum de la trilogía creada por Laurent Seksik y David François: Chaplin contra John Edgar Hoover Chaplin contre John Edgar Hoover«).

Aquí, Chaplin ya no es solo el genio cómico y pionero cinematográfico, sino un hombre que desea utilizar su fama para exponer las injusticias sociales. La Gran Depresión de 1929 y sus consecuencias económicas le llevan a posicionarse políticamente en sus películas, como se refleja en «Tiempos modernos» (1936), donde denuncia la explotación obrera y la creciente automatización del trabajo. Esta postura crítica le hace ganar enemigos poderosos, especialmente en la figura de John Edgar Hoover, el infame director del FBI. Durante la Segunda Guerra Mundial, su antifascismo es tolerado debido a la alianza temporal entre EE.UU. y la URSS, y «El gran dictador» (1940) se convierte en un testimonio audaz contra Hitler. Sin embargo, con el fin del conflicto, el ambiente en Estados Unidos cambia. La caza de brujas, sobre todo con la gente que se la podía considerar comunista, es letal. Los perfiles como los del humorista se convierten en un problema, y cuando Chaplin viaja a Europa, el gobierno estadounidense aprovecha para revocar su permiso de residencia, obligándolo a exiliarse en Suiza hasta 1972, cuando regresa brevemente a Hollywood para recibir un Oscar honorífico.

La trama del tebeo se erige como una lucha entre dos visiones diametralmente opuestas. Por un lado, Chaplin, un artista comprometido con su tiempo, que no dudó en usar su talento para criticar las injusticias sociales, denunciar el fascismo y abogar por la igualdad. Por otro, Hoover, una figura rígida, ultraconservadora y paranoica, que veía en Chaplin (y en algún intelectual más como Albert Einstein) una amenaza para los valores estadounidenses y para su propio poder. Con todo ello, Seksik y François describen la presión sufrida por todos aquellos que estaban en contra del poder establecido. La historia alterna momentos de brillantez creativa, como la concepción de El gran dictador, con las sombras de la persecución política. Vemos cómo Hoover utiliza todos los recursos del FBI (y en realidad de Estados Unidos) para desacreditar a Chaplin: acusaciones de comunismo, investigaciones sobre su vida privada, e incluso maniobras legales que finalmente llevan al cineasta a abandonar Estados Unidos y refugiarse en Europa tras el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Uno de los mayores logros del cómic es la representación de Chaplin como un ser humano complejo. No solo es el genio del cine, sino también un hombre atrapado en un mundo que lo juzga por sus ideas, sus relaciones y su osadía para desafiar al poder administrativo. Los dos autores no ocultan sus contradicciones ni sus defectos, pero lo hacen con una empatía que resulta conmovedora. Más allá de ser un retrato biográfico es también una reflexión sobre la libertad: la libertad de crear, de expresarse, de cuestionar el statu quo. Chaplin se atrevió a usar su arte para enfrentarse a los totalitarismos, desde Hitler hasta las formas más insidiosas de censura en su propia patria adoptiva. Este coraje lo convirtió en un objetivo para Hoover y otros poderes fácticos, pero también lo elevó como símbolo de resistencia para la industria de Hollywood. Por otro lado, la obra no esquiva temas espinosos, como las acusaciones contra Chaplin sobre su vida personal, que fue usada en su contra para destruir su reputación. Sin embargo, no cae en juicios simplistas; en cambio, nos invita a reflexionar sobre el coste de ser fiel a los propios principios en un mundo que castiga a quienes no se ajustan a la norma.

Con este álbum, editado por Desfiladero Ediciones, se completa por fin la trilogía dedicada a Chaplin, que previamente había explorado su infancia y su ascenso al estrellato. Si bien cada volumen puede disfrutarse de manera independiente, juntos conforman un mosaico muy interesante que abarca las múltiples facetas de este icono del siglo XX. El formato de gran tamaño de esta edición no es un mero capricho: permite que las ilustraciones de François brillen en todo su esplendor, destacando tanto en las escenas íntimas como en los momentos más grandilocuentes. Aunque el tono de este volumen es mucho más sombrío que los anteriores. Mientras que los dos primeros tomos se caracterizaban por la vitalidad y la ligereza con las que se retrataban los éxitos y excesos del cineasta, en este tercer episodio reflejan la creciente pesadez de su vida en la madurez. La energía de las viñetas que antes acompañaba sus aventuras se atenúa, los colores se vuelven más apagados y las composiciones menos dinámicas, acentuando la sensación de aislamiento y decadencia. Chaplin sigue encadenando romances y promesas, pero su brillo se difumina en un contexto donde los tiempos han cambiado y su figura ya no goza de la misma admiración incondicional. Al final, este último volumen de la trilogía ofrece una mirada diferente a Chaplin: un hombre brillante, pero cada vez más acosado por su entorno y por sus propias sombras. Aunque quizás no alcance la frescura de los dos primeros tomos, sigue siendo una obra encantadora para quienes quieran conocer la faceta más política y polémica del genio del cine mudo. Seksik y François cierran así un tríptico que, a pesar de sus altibajos, logra mostrarnos la esencia de un artista irrepetible.

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