
Cuando pensamos en los horrores que acechan en las sombras de un bosque, pocos lugares evocan tanto misterio y temor como el bosque de Aokigahara. Situado en las faldas del monte Fuji, este mar de árboles ha sido testigo de incontables tragedias y, en la obra creada por José Luis Vidal, Manuel Espinosa, Ainhoa Algeciras, Francisco Asencio, Pauli Junquera, Fran Mariscal Mancilla y Cen, se convierte en un escenario donde la historia, el folclore y el horror humano convergen en cinco relatos inquietantes. Esta antología, se sumerge en el tiempo, transportándonos desde los oscuros cielos de la Segunda Guerra Mundial hasta los días actuales, revelando cómo Aokigahara actúa como un imán sobrenatural que atrae a aquellos marcados por el destino. Con una portada espectacular de Alberto Belmonte, esta colección no solo promete, sino que cumple con creces su labor de aterrar y fascinar a partes iguales.
La obra comienza con un relato que nos sitúa en las ruinas de Nagasaki tras la devastación de la bomba atómica, y en su camino acaba en el bosque de los suicidas. La narrativa de Vidal se despliega como una metáfora poderosa de cómo los eventos traumáticos persisten en la memoria, resistiendo cualquier intento de superarlos. A través de esta historia, se explora la carga emocional de los sobrevivientes y la herida imborrable de la tragedia atómica. El trazo de Manuel Espinosa y la paleta de colores de Ainhoa Algeciras se conjugan de manera magistral en esta obra. Espinosa, emplea un estilo que oscila entre lo delicado y lo desgarrador: los rostros de los personajes son un reflejo de la humanidad que habita en cada pincelada, especialmente el de la protagonista, cuyos ojos parecen sostener el peso de un mundo perdido. Ainhoa Algeciras, por su parte, no sólo embellece las escenas, sino que las cargas de simbolismo. En los flashbacks de la protagonista, los tonos cálidos y luminosos evocan un pasado lleno de vida y esperanza, mientras que los grises y negros dominan el presente, sumergiendo al lector en un estado de duelo constante. Sin embargo, Algeciras no se limita al contraste entre el antes y el después; también emplea toques de color rojo intenso para simbolizar la pérdida y el dolor.

El segundo relato nos lleva a os cielos del Pacífico, donde un escuadrón de aviadores japoneses lucha desesperadamente contra las fuerzas estadounidenses. A través de sus páginas de se nos presenta una visión aterradora de la guerra: no solo como un campo de batalla físico, sino como un purgatorio emocional que persigue a los sobrevivientes incluso después de la muerte. Uno de los pilotos, herido tanto en cuerpo como en espíritu, es arrastrado por una fuerza inexplicable hacia Aokigahara.
La tercera historia, ilustrada por Pauli Junquera, ofrece un cambio de tono, introduciendo una narrativa que mezcla lo emocional con lo macabro. Un niño pierde a su padre después de abandonar su casa. Y en una excursión al bosque padre e hijo se reencuentran, pero no de la manera que cabría esperar. Aunque inicialmente devastado por la aparición, el niño cumple con los deseos de su padre para salir de las profundidades de Aokigahara. El poso que deja el relato es una revelación inquietante: no todo amor es puro, y algunos lazos pueden ser cadenas que arrastran al abismo.,,

Sin desvelar mucho más del volumen que edita Tengu Ediciones, cada estilo gráfico aporta en cada relato una capa de terror psicológico que rodea a este bosque maldito. Las tragedias personales y colectivas que se desarrollan en sus 176 páginas no solo nos hablan del peso del pasado, sino también del enfrentamiento con los propios demonios internos. Los lectores quedamos atrapados en este laberinto de emociones y pesadillas, enfrentándose a preguntas inquietantes sobre la naturaleza de la muerte, el arrepentimiento y la redención. La antología no solo rinde homenaje al mito de Aokigahara, sino que también lo renueva, convirtiendo al bosque en un personaje más que susurra, observa y, en última instancia, devora. Sin embargo, estas historias no solo nos hablan del horror sobrenatural, sino también de las luchas reales que enfrentan las personas en la soledad y el aislamiento. Así, el bosque de Aokigahara trasciende su reputación oscura para convertirse en un símbolo universal de las cargas invisibles que muchos llevan y de la necesidad de tender puentes antes de que sea demasiado tarde. Y cuando las páginas se cierran, las «Sombras de Aokigahara» permanecen, susurrando historias de almas perdidas que siguen buscando la paz en su oscuro y eterno abrazo.
