
Edward James Muggeridge, conocido con el seudónimo de Eadweard Muybridge, es el tipo de personaje que parece sacado de una novela de aventuras decimonónica. Consciente de ello, Guy Delisle llevó a cabo la obra que hoy nos ocupa: «En Una Fracción de Segundo: La azarosa vida de Eadweard Muybridge» (“Pour une fraction de seconde: La vie mouvementée d’Eadweard Muybridge), una crónica tan estrafalaria como su protagonista: un fotógrafo obsesionado con congelar el tiempo; un hombre que retó al destino, las leyes de la física y, de paso, al amante de su mujer.
Antes de hablar del cómic en sí, pongamos esto sobre la mesa: Muybridge no solo fue un pionero del cine, sino también un campeón mundial del drama personal. Este genio autodidacta de nombre impronunciable (¿»Edward»? ¡Por favor! Él prefirió «Eadweard») transformó una serie de clichés del siglo XIX en una carrera legendaria. Imagina a un tipo que inventa la primera película, captura el movimiento de un caballo al galope, trabaja para magnates, y de paso protagoniza el primer juicio de la historia en el que un asesinato a sangre fría se justifica con un simple “lo hice porque pude”. Sí, amigos, este peculiar personaje fue declarado inocente tras disparar al amante de su mujer. ¿La razón? El jurado consideró que tenía motivos válidos. ¿Cinematográfico? Totalmente.

Guy Delisle, con su estilo ingenioso y dinámico, convierte esta rocambolesca historia en un relato tan divertido como fascinante. Desde las primeras páginas, te atrapa con un humor sutil que raya en lo absurdo. Delisle no se limita a narrar los logros de Muybridge; los encaja en una narrativa que mezcla el esplendor de la era industrial con la torpeza humana, consiguiendo que los momentos más trascendentales se sientan cercanos y, a veces, deliciosamente ridículos. Muybridge fue el Leonardo da Vinci de la fotografía en movimiento: un hombre con una visión tan avanzada que sus contemporáneos no supieron qué hacer con él. Financiado por el millonario Leland Stanford (un tipo igual de obsesivo, pero con caballos), Muybridge logró capturar, por primera vez, el recorrido de un caballo al galope. Esa secuencia de imágenes, tan icónica hoy, marcó el inicio de la cinematografía. Pero este no es un típico relato biográfico sobre un inventor. Muybridge era un personaje excéntrico con una vida digna de una telenovela: asesinó al amante de su esposa, fue declarado inocente con argumentos que hoy parecerían un meme, y dejó huella en campos que van desde la fotografía hasta la proyección de imágenes en movimiento, adelantándose a Edison y a los hermanos Lumière.
Muybridge diseñó un sistema revolucionario: 12 cámaras dispuestas a lo largo de una pista que se disparan cuando el caballo pasa. Delisle retrata esta escena con una mezcla de suspenso y humor. Los preparativos son caóticos, los asistentes no tienen ni idea de qué están haciendo, y Stanford solo quiere su respuesta ¡ya! Cuando finalmente se consigue la secuencia, el impacto es monumental: la imagen capturada no solo cambia la forma en que entendemos el movimiento, sino que da inicio al cine. Y aquí es donde Delisle brilla. En lugar de presentarnos a Muybridge como un genio frío y calculador, lo muestra como un hombre apasionado, excéntrico y, a veces, bastante insoportable. La obsesión de este fotógrafo con la perfección técnica, su carácter explosivo y su tendencia a enemistarse con todo el mundo están ahí, pero siempre envueltos en una empatía que hace que no puedas evitar sentir simpatía por él.

No sería una biografía sin mencionar esa faceta escandalosa que citamos antes: el asesinato del capitán Harry Larkyns, amante de su esposa. Este episodio, que bien podría ser el clímax de un drama victoriano, es tratado por Delisle con un humor negro impecable. Muybridge, al enterarse del romance, viaja hasta la casa del amante, lo enfrenta y, sin mediar palabra, lo asesina. Lo mejor de todo es que luego se entrega tranquilamente a la policía. El juicio es uno de los momentos más hilarantes del cómic. Delisle ilustra esta escena con una ironía deliciosa, dejando claro que, en el siglo XIX, la ley era tan flexible como los valores morales de la época.
En lo gráfico, el dibujo de este autor canadiense es sencillo pero expresivo, complementa a la perfección el tono de la historia. Sus personajes tienen un aire caricaturesco que resalta sus excentricidades, mientras que los fondos detallados nos sumergen en la atmósfera de la época. Las escenas que retratan el trabajo técnico del protagonista, como las instalaciones fotográficas o los experimentos con el zoopraxiscopio (el precursor del proyector), son fascinantes y están llenas de humor visual. Las viñetas que integran las fotografías originales son particularmente impresionantes. Delisle las enmarca de manera que se sienten como una extensión natural del relato, logrando un equilibrio perfecto entre lo gráfico y lo documental.

Editado en el mercado francés por la editorial Delcourt, Astiberri lo ha estrenado en castellano con traducción de María Serna. 208 páginas en cartoné que culminan con una reflexión sobre el legado de Muybridge. Aunque su nombre ha sido eclipsado por otros inventores, su impacto en la fotografía y el cine es innegable. Este tebeo es mucho más que una biografía; es una celebración de la creatividad, la obsesión y el caos que rodean a los grandes genios. Prepárate para reír, aprender y, quién sabe, quizás sentirte un poco inspirado por un hombre que, por «Una Fracción de Segundo«, detuvo el tiempo.
