Rosas que nacen del pandemonio: La época en la que el shōjo creció

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Se entiende por “Pandemonio” aquel lugar lugar que parece un avispero o gallinero, lleno de confusión y ruido. Uno de sus sinónimos en castellano, “Pandemoniún”, también hace referencia a una capital imaginaria del infierno. Para Nami Sasou (笹生那実) era como denominaban, tanto ella como el resto de sus compañeras asistentes, las sesiones maratonianas que llevaban a cabo para acabar un manga a mediados de los años setenta y ochenta. No por nada, el término japonés original es “Shuraba”, que hace referencia al lugar sangriento donde se enfrentaban en batalla los demonios Asura ( 阿修羅) con los Indra. También se utiliza “Shuraba” para definir una relación sentimental atascada.

Con todos esos significantes podemos hacernos una idea de lo que implicaban, metafórica y realmente, aquellas interminables jornadas de trabajo de varios días, donde tanto magaka como asistentes no descansaban hasta dar por concluida la última viñeta del manga que estaban creando.

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“Quien quiera dibujar un manga tiene que poder estar tres días sin dormir. Pasarse un mes sentado y estar un día y medio sin comer.”

Ese era (y sigue siendo) en muchas ocasiones el modo de trabajo en el manga japonés. Así se materializaron grandes obras que ampliaron nuevos horizontes al shōjo (少女),consiguiendo que el género rompiera los prejuicios que pesaban sobre él. Fue en ese periodo donde se hizo posible que una protagonista de shōjo no tuviera que ser literalmente una “chica joven”, que es lo que significa el término que designa a este tipo de mangas.

Fue la época que nacieron obras como, entre otras, “El Pirata Esmeralda” de Toshie Kihara, “Ranmarudan” de Suzue Miuchi, “La cenefa celestial” de Ryōko Yamagishi, “A este lado del campo de flores de colza” de Minori Kimura o “Los chicos llamativos”de Jun Mihara. En muchas de ellas estuvo como asistente Nami Sasou colaborando en el parto de esas “rosas”.

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Fruto de esa experiencia, años después publica lo vivido en esos días de juventud, porque en aquel entonces pesaba una ley no escrita que las mujeres magakas dejaban de publicar pasada la treintena. Por suerte, eso está cambiando y Nami Sasou pudo llevar a cabo estas memorias pasada su sexta década de existencia: “Rosas que nacen del pandemonio” («Bara wa Shuraba de Umareru – 70-nendai Shoujo Manga Ashisutanto Funtou-ki«, 薔薇はシュラバで生まれる-70年代少女漫画アシスタント奮闘記-).

Publicado en Japón por East Press, Fandogamia tuvo el olfato de publicarlo el año pasado y es, a día de hoy, uno de los títulos más recomendables para quien quiera bucear en la trastienda de la creación de manga y su intrahistoria. Si se permite la comparación, estamos ante una especie de “Los Profesionales”, de Carlos Giménez, pero llevado a otro contexto y lugar: el del Japón de los 70 y 80. Si bien Nami Sasou opta por un tono menos anecdótico y más vivencial, recuperando la memoria para plasmarla en estas páginas. Tanto la suya como la de asistentes y mangakas que convivieron y trabajaron en esas largas jornadas donde se gestaron mangas que ya son historia del género.

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Todo esto está plasmado en las 180 páginas de las “Rosas que nacen del pandemonio” en la edición de Fandogamia, que cuenta con la traducción de Luis Alis. Un tebeo que obtuvo la consideración en 2023 de cómic esencial por la Asociación de Críticos y Dilvulgadores de Cómic de España. Y no es para menos por todo lo que abarca, ahondando en como se gestaron esos clásicos del shōjo. Por su tono vivencial y directo, por como lo cuenta y la gran capacidad de síntesis que captura con nitidez y sin estridencias una época, momento y lugar, pudiendo permitir, a quien visite estas páginas, ver los “jardines” donde brotaron esas «rosas».

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