
La segunda primavera de Koharu y Masamune florece en las páginas del volumen 2 de «My Girl», (マイガール). Un manga que, con la delicadeza de un pétalo caído, nos lleva a explorar los altibajos de la vida cotidiana de una familia, pero no por ello pierde la calidez que define un verdadero hogar. Mizu Sahara, con su trazo elegante y su narrativa pausada, nos sumerge en un torbellino de emociones que oscilan entre la nostalgia, la ternura y la resiliencia.
El arco principal de este volumen es el inicio de Koharu en la primaria, un hito que simboliza no solo su crecimiento, sino también el fortalecimiento de su vínculo con Masamune. La imagen de Koharu con su randoseru (esa icónica mochila japonesa) es a la vez sencilla y profundamente significativa: un recordatorio de cómo los pequeños pasos de un niño pueden ser gigantescos para un padre primerizo que aún está aprendiendo a serlo. A través de escenas llenas de naturalidad, Sahara nos muestra los temores y alegrías que acompañan este cambio. Koharu encuentra nuevos amigos, entre ellos Kanna, cuya personalidad retraida aporta esos detalles de cariño y amor que destilan en esta historia. Las interacciones entre las niñas están llenas de espontaneidad y pequeños conflictos que reflejan la realidad de la infancia, pero que también abren la puerta a valiosas lecciones sobre empatía y confianza.

Por otra parte, si algo destaca en este volumen es la forma en que la familia de Masamune y Koharu se expande de manera emocional más que biológica. El abuelo y las abuelas, el amable señor casero y los vecinos son piezas clave en esta red de apoyo que hace que la historia se sienta tan cercana. Cada personaje, aunque secundario, tiene su momento para brillar, ya sea a través de un gesto sencillo o de palabras que resuenan con sabiduría. En especial, las interacciones entre Koharu y el casero anciano son conmovedoras. Sus conversaciones, a veces cargadas de nostalgia y otras de una pragmática aceptación del presente, nos recuerdan que la crianza no es una tarea solitaria, sino un esfuerzo colectivo que trasciende generaciones.
El tono melancólico que permeaba el primer volumen no desaparece del todo, pero en esta entrega se entremezcla con destellos de alegría y esperanza. Los momentos cotidianos, como tener una cama individual, ayudar con la tarea o simplemente ver a Koharu jugar, adquieren una dimensión especial cuando están impregnados del amor que un padre siente por su hija. Sin embargo, Sahara no teme mostrar que la vida también tiene sus sombras. Las lágrimas que se derraman en este volumen son un recordatorio de que la felicidad no está exenta de dificultades. Ya sea lidiando con la ausencia de la madre de Koharu o enfrentándose a las dudas sobre si está haciendo un buen trabajo como padre, Masamune nos muestra que el amor no se mide por la perfección, sino por el esfuerzo constante.

El dibujo sigue siendo uno de los puntos más fuertes de este manga. Su capacidad para capturar lo efímero, un pétalo que cae, una sonrisa tímida, el viento que juega con el cabello de Koharu … todo ello dota a la obra de una atmósfera poética que eleva los momentos más mundanos. Las viñetas se sienten como fotografías de un álbum familiar, cargadas de significado y emocionales en su aparente simplicidad.
Este manga, que edita Kibook Ediciones, es una celebración de los pequeños milagros que ocurren cada día en una familia, por más inusual que esta sea. Mizu Sahara nos invita a reflexionar sobre el valor de las conexiones humanas, la importancia de los recuerdos y la belleza que reside en cada cambio de estación, tanto en la naturaleza como en nuestras vidas. Al cerrar el segundo volumen de «My Girl«, es difícil no sentir que hemos acompañado a Koharu y Masamune en su propia primavera, esa que se construye con risas, lágrimas y la promesa de que, pase lo que pase, siempre habrá nuevas flores esperando brotar.
