Las Aventuras del Capitán Torrezno Volumen 4: Merecido premio

Volvemos a ese universo que parece la pesadilla recurrente de un cartógrafo con resaca y la fantasía de un historiador que hubiera leído demasiadas crónicas medievales en tardes de siesta. En esta cuarta entrega de la serie de «Las Aventuras del Capitán Torrezno« de Santiago Valenzuela nos lleva de nuevo al micromundo: ese cosmos tan pequeño y, sin embargo, tan irremediablemente vasto donde la lógica y el absurdo son buenos compañeros de viaje. Las aventuras del Capitán Torrezno es una de esas rarezas que, como un buen vino envejecido, mejora con cada entrega, y en este cuarto volumen, compuesto por «Plaza Elíptica«, ganador del Premio Nacional del Cómic 2011, y «La estrella de la mañana«, nos sumerge en una epopeya delirante, densa y absorbente en el sótano más surrealista del cómic español.

El arranque de «Plaza Elíptica» no es precisamente amable con el lector. En las primeras 50 páginas, Valenzuela entreteje hasta tres líneas argumentales paralelas, aparentemente inconexas, que generan una sensación de desconcierto, pero también de intriga. Por un lado, tenemos una conversación filosófica entre un maestro y su discípulo, presentada exclusivamente a través de cajas de texto. Este debate, que oscila entre la religión y la metafísica, invita a la reflexión profunda, aunque puede resultar abrumador por su densidad. En contraste, la segunda trama nos sitúa en un entorno cotidiano y reconocible: un grupo de amigos en un bar de cañas en Madrid. La familiaridad de este escenario choca con la abstracción de las ideas filosóficas planteadas en la primera trama, creando un contraste que es tan desconcertante como efectivo. Finalmente, una tercera historia introduce a un individuo anónimo que intenta reconstruir su identidad con la ayuda de una psiquiatra, una línea narrativa que añade un matiz psicológico y humano al conjunto. Estas tres historias, aparentemente inconexas, no ofrecen respuestas inmediatas. Valenzuela exige paciencia y confianza, prometiendo que todo se verá resuelto en algún momento. Este planteamiento, lejos de ser frustrante, es un ejemplo del respeto del autor por la inteligencia del lector, desafiándolo a encontrar sentido en el caos inicial.

Continúa el volumen con «La estrella de la mañana» en un escenario donde lo fantástico y lo cotidiano coexisten en un equilibrio frágil. Valenzuela dedica un esfuerzo considerable a desarrollar este mundo, presentando ciudades en reconstrucción tras la catástrofe, intrigas políticas y religiosas, y conflictos bélicos inminentes. El nivel de detalle en la construcción de este universo es apabullante. Cada rincón parece vivo, lleno de historias propias que esperan ser contadas. Las ciudades están impregnadas de historia, los personajes secundarios tienen motivaciones complejas, y los paisajes combinan lo onírico con lo tangible. Este mundo, aunque ficticio, resulta extrañamente familiar, como si Valenzuela hubiera extraído elementos de nuestra realidad y los hubiera reinterpretado bajo su propia lente creativa. La obra está impregnada de humor, pero no se trata de una comedia ligera. La sátira de Valenzuela es incisiva y profunda, dirigida tanto a las estructuras de poder como a las debilidades humanas. En paralelo, el autor introduce momentos de introspección que invitan al lector a cuestionarse su propia visión del mundo. Por ejemplo, las discusiones entre los personajes sobre el destino, la fe y la responsabilidad individual están cargadas de significado, pero nunca se sienten forzadas. Valenzuela logra integrar estas reflexiones de manera orgánica en la trama, sin que interfieran en el ritmo del relato.

Visualmente, ambos trabajos nos ofrecen un festín de detalles, con escenas tan densas y complejas que casi puedes perderte en ellas. El estilo de Valenzuela, que mezcla lo medieval con lo moderno, tiene un efecto hipnótico. Las páginas están llenas de escenas en miniatura que parecen cobrar vida propia, como si el propio mundo estuviera conspirando para mantener a Torrezno atrapado en un ciclo interminable de sinsentido y peligro. Valenzuela crea un microuniverso que recuerda a los grabados de los mapas antiguos, donde lo monstruoso y lo sublime conviven, y donde cualquier giro puede llevar al protagonista a una situación aún más absurda y desafiante.

La habilidad de Valenzuela para jugar con el tiempo y el espacio, para desorientarnos y luego devolvernos al hilo de la historia con una sonrisa irónica, es magistral. Las fronteras entre el pasado y el presente, entre lo divino y lo mundano, son tan difusas que nunca sabemos realmente si Torrezno está buscando salvar a alguien o simplemente sobreviviendo en el espacio que le toca. Este juego constante entre lo épico y lo ridículo, entre la fe y la desesperación, hace que «Plaza Elíptica» y «La estrella de la mañana» sean lecturas que desafían cualquier lógica convencional.

En suma, este volumen que recopila ahora Astiberri es una obra monumental en el cómic español contemporáneo. Valenzuela logra, con su trazo único y su prosa ácida, hacer que el lector se sienta parte de esa «nave de los locos», de esa cruzada interminable por encontrar un propósito en un universo que, al igual que el nuestro, parece perder la cabeza y el rumbo a cada paso. Por eso, este integral de «Las Aventuras del Capitán Torrezno» no solo merece ser leído, sino devorado y discutido, porque si algo queda claro es que la historia es una farsa en la que todos, cuerdos y locos, pagamos nuestro pasaje.

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