
En las últimas cinco décadas, el deshielo constante del Ártico cada verano en ha producido que muchas especies de animales, consideradas en peligro de extinción, hayan comenzado a “hibridarse”, a mezclarse. Consiguiendo en muchos casos que su descendencia sea fértil. Entre esos casos se encuentra el cruce que nace del oso polar y el oso grizzlis , u oso pardo. Es el pizly u oso grolar, una especie fértil, consecuencia directa del calentamiento global. Hecho que, además de ser una evidencia constatada de los efectos del deshielo, entronca en cierta manera con una de las historias recurrentes del folclore inuit, donde una hembra de “nanuk” (oso polar) se cruza con un macho “aklak” (oso grizzly) Señal de que, sin aislamiento, todas las especies cambian, se mezclan, fluyen y evolucionan. También de que todo está en metamorfosis constante.
De la evidencia de los Pizzlys podría partir un discurso científico descriptivo que sirviera como exponente y demuestra las consecuencias del deshielo del Polo Ártico y del cambio climático. También sería útil para entrelazarlo con muchos elementos del folclore inuit, en una búsqueda antropológica de esos saberes que quedaron al margen de la modernidad. Esta especie hibrida también sirve de título y premisa de partida de la última obra de Jérémie Moreau: “Los Pizzlys” (“Les Pizzlys”), recién editada por Norma Editorial en castellano.

Los Pizzlys habla de un proceso de evolución, el de su protagonista: Nathan. Conductor de Uber en Paris, vive con la losa a cuestas que supone obtener los recursos necesarios para mantener a sus dos hermanos menores y a sí mism, además de atender sus cargas financieras. Sin tiempo ni siquiera para reflexionar, su vida es un bucle de supervivencia que ha hecho mella en él, donde por mucho que se use un GPS, siempre se está perdido. Será pues el momento de parar y sanarse. Conocer a una anciana proveniente de Alaska será el detonante para romper con todo, dejar atrás París, la vida moderna y las cadenas autoimpuestas y cruzar el Atlántico para establecerse la familia en Alaska.
Ese es el viaje de sanación que se recorre en “Los Pizzlys”. Un viaje donde el cambio siempre está presente. El que es consecuencia del ser humano, alterando la biodiversidad, como el social, reflejado en los cambios experimentados por la población autóctona de Alaska. También el cambio consciente, el que emprende Nathan. Que será inducido para sus hermanos, redescubriendo muchas de esas cosas que se pierden si solo se mira a una pantalla.

Todos estos elementos están en “Los Pizzlys”, un relato de calado por el cuestionamiento existencial implícito que lleva en su recorrido. Impregnado de una mística intrínseca a lo natural, al cambio, al contacto orgánico con el entorno. A descurbirlo y a descubrirse. Bañando de colores magnéticos (con la ayuda de Rubin Clerkx) que potencian conceptual y emocionalmente la historia que despliega Jérémie Moreau en composiciones de páginas que discurren entre la moderna plasticidad y esa poética gráfica que apela al interior de cada cual.
Esta es una lectura de las que deja huella por las lúcidas cuestiones que expone. Un camino que no solo reserva el papel de espectador a quien lo lee, sino que lo seduce plásticamente mientras deja elementos de análisis a su paso. Hecho que hace de este volumen un candidato ideal como herramienta pedagógica, como punto de partida. Quizá por ello, el propio Moreau indica al final del volumen las referencias bibliográficas con las que se ha nutrido en la creación de esta propuesta.

Frescas formas gráficas se encuentran con lo ancestral en este cómic, donde lo urbano deja paso a lo existencial y ancestral, dotando el camino de una cierta mística, A ratos onírica. A todas luces, lúcida. Todo eso está en “Los Pizzlys”, presentado en castellano con traducción de Marina Borrás Ferrá en una cuidada edición en cartoné de 200 páginas cuya presencia física está en armonía con lo que contiene. Un relato existencial y brillante de los que dejan huella. Una fábula que conviene atesorar.
