Vanguardia es una Mujer: viñetas habladas, viñetas armadas.

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“¿Qué es eso de que las niñas no son nada? Yo desde pequeña quería ser algo, ¿verdad?”

Muchas de las personas que vean el título que acompaña a esta reseña advertirán el evidente guiño a las memorias de Concha Méndez, “Memorias habladas, Memorias Armadas”, escrito por su nieta, Paloma Ulacia Altolaguirre. Pues ella protagoniza, junto al resto de mujeres de la Generación del 27, el tebeo que hoy nos ocupa: “Vanguardia es una Mujer”, de Clara de Frutos, recién editado por Norma Editorial.

Concha Méndez Cuesta (Madrid, 27 de julio de 1898-Ciudad de México, 7 de diciembre de 1986), fue una mujer avanzada al tiempo que vivió: aquella España de las primeras décadas del siglo XX que concluyó en 40 años de cerramiento en cuanto a artes y libertad. Mujer de alta sensibilidad y conciencia, fue escritora, poeta, autora de teatro, guionista y también editora. Forma parte desataca de aquel grupo conocido, gracias al documental del 2015 de Tània Balló Colell (que firma el prólogo del cómic), Manuel Jiménez Núñez y Serrana Torres, como “Las Sinsombrero”: un grupo de desatacadas mujeres artistas e intelectuales que, por derecho y mérito propio, merecen estar englobadas en la Generación del 27. Algo que, tanto la Dictadura Franquista como el machismo inherente a la costumbre social, se encargó de dejar en el olvido, privando a las nuevas generaciones del legado de lo que mujeres como, entre otras, Remedios Varo, Maruja Mallo, Rosario de Velasco, Marga Gil Roësset, María Zambrano, María Teresa León, Josefina de la Torre, Rosa Chacel, Ernestina de Champourcín, Margarita Manso, Delhy Tejero, Ángeles Santos, Concha de Albornoz, Carmen Conde, María de Maeztu, Lucía Sánchez Saornil, Zenobia Camprubí, Marga Gil Roësset, Consuelo Gil Roësset, Luisa Carnés o la propia Concha consiguieron en una época en la que ni el voto femenino existía

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Muchos de estos nombres forman parte del callejero de nuestras ciudades, pero más allá de eso, el conocimiento general de lo que llevaron a cabo, tanto en términos de igualdad como artísticos, es exiguo. Quizá contra ese silencio se postule este tebeo, para recuperar y dar a conocer un legado femenino y feminista, sobre aquellas que, lejos de quedarse relegadas a “sus labores”, dieron un paso al frente en diferentes campos artísticos, escribiendo, pintando o poniendo de relieve su derecho a ser reconocidas como sujetos políticos emancipados. Sin tutelas masculinas, solo seres humanos con una capacidad plena de ejercer sus derechos y también expresarse de forma artística. Pueden parecer estas reivindicaciones arcaicas, pero no hablamos de la Edad Media en este tebeo, sino del siglo XX y, en muchos casos, de hechos que no tienen ni siquiera un siglo de antigüedad.

Hechos que conviene poner en valor. Vidas valientes que marcaron el camino que muchas personas siguieron. No solo mujeres, también hombres. Pues la genialidad no entiende de géneros y la lucidez reside en poder maravillarse de ésta cuando se encuentra encarnada en una obra o manifestación artística, sea de hombre o mujer. Quizá por las olas de naftalina que invaden muchos de los medios de comunicación actuales, conviene poner en valor obras como ésta. Por lo que revelan y muestran. Por lo que enseñan, en el sentido más amplio del término: lo que llegaron a hacer estas mujeres. Quizá silenciadas, pero no olvidadas.

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Pero no solo hay razones sociales para que este tebeo haya hecho brotar las palabras de este texto. También están las artísticas de la obra. Ya que Clara de Frutos ha armado un tebeo de una solidez gráfica y literaria notable, donde sus maravillosas páginas, pintadas con acuarela, transmiten sensaciones y hechos de forma certera. Donde se advierte un calor humano en cada trazo de su personal línea clara. Por lo que sintetiza en cada rostro. Un trazo propio de una mano inspirada, maridando texto y viñetas en un resultado compacto.

Por eso estas viñetas están armadas. Porque muestran una vida, la de Concha, que sirve como punto de partida para construir el retrato de muchas de las mujeres de la Generación del 27, de sus interacciones con Federico García Lorca, Luis Buñuel, Salvador Dalí, Manuel Altoaguirre, Luis Cernuda, Rafael Alberti y tantos otros. Del espacio propio que ellas construyeron, en condiciones de igualdad, adelantándose a una sociedad que, a pesar de ser una de las más avanzadas de la época (en España se aprobó el voto femenino en 1931), aún quedaban en ella muchos aspectos por normalizar. Aspectos que, lejos de avanzar, fueron retrocediendo durante la dictadura posterior, para luego, en tiempos de democracia, ir dando pequeños pasos y consiguiendo espacios, en una vindicación constante de aquellas a las que les fue negada la memoria y reconocimiento.

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También cabe destacar el mérito y olfato de la Fundación El Arte de Volar, creada por Antonio Altarriba, que otorgó en 2021, en colaboración con Edelvives y Norma, la primera beca de creación a Clara de Frutos para llevar a cabo este tebeo. Que hoy es una realidad tangible en una cuidada edición en cartoné de 144 páginas a la altura de lo que contiene: páginas bien aprovisionadas tanto de elementos gráficos como conceptuales notables. Desde varios guiños y homenajes cromáticos en su interior hasta esa portada, elegante homenaje a «La tertulia» de Ángeles Santos .

Junto a lo plástico, germina una solidez narrativa tan rotunda que “habla”, como las protagonistas que dibuja Clara. Dirigiéndose a quien lea el tebeo para mostrar, no solo un legado, sino una obra robusta, con voz y luz propia. De las que dan calor con cercanía y proximidad, pero sin perder la trascendencia de lo contado. Con una acertada síntesis que puede servir para abrir muchas puertas para dar a conocer referencias, autoras y movimientos artísticos y culturales significativos. Una ventana que revela un mundo por descubrir. También un relato sólido que tiene su razón de existencia por sí mismo, por su bella construcción. En definitiva, páginas que albergan “viñetas armadas, viñetas habladas”. De las que vale la pena “escuchar” mientras nos cobijan los tonos magnéticos con que pinta Clara de Frutos cada página de “Vanguardia es una Mujer”.

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