
Durante el día, los Jardines de Kensington son un espacio abierto, lleno de luz, vida y gente paseando. Los niños juegan, las familias disfrutan de su tiempo al aire libre y todo parece pertenecer al mundo cotidiano. Sin embargo, como bien relata José Luis Munuera en “Peter Pan de Kensington”, cuando cae la noche, estos jardines se transforman en un reino completamente distinto, uno que no pertenece a los humanos, sino a lo sobrenatural. Esta es una de las ideas más seductoras del tebeo: la coexistencia de dos mundos en un mismo espacio, el de la realidad diurna y el de la fantasía nocturna. Maimie Mannering, una pequeña niña que se pierde en el parque tras el cierre de las puertas, va a presenciar esta dualidad. Su experiencia nocturna en los Jardines de Kensington representa no solo una aventura, sino también una especie de rito de paso entre el mundo de la infancia y el umbral de la fantasía. En este espacio nocturno, Maimie encuentra un ecosistema completamente nuevo, poblado por hadas, criaturas mágicas y un joven muy peculiar llamado Peter Pan.
La idea de los Jardines de Kensington como un «territorio de lo sobrenatural» es una de las características más intrigantes de la obra. Aquí, se está construyendo un mito en el que la naturaleza misma, durante la noche, parece cobrar vida con una energía diferente; un lugar donde el tiempo y las reglas humanas dejan de existir. Esta representación del parque como un espacio casi liminal, entre la vigilia y el sueño, reverbera como una metáfora de la infancia misma: un tiempo en el que la imaginación no tiene fronteras y la realidad parece siempre estar a un paso de lo mágico.

Es en este contexto mágico que Maimie conoce a Peter Pan, un niño extraño capaz de volar y que le habla de un país imaginario, una isla donde los niños nunca crecen, y del terrible capitán John Hook. Esta representación de Peter Pan es muy diferente a la imagen más familiar del personaje que muchos conocen por las versiones cinematográficas y literaria. Aquí, Peter no es solo un niño travieso, sino una figura más enigmática, atrapada entre la inocencia de la infancia y el conocimiento de que no podrá avanzar más allá de ese estado. Peter, en esta adaptación, es a la vez encantador y perturbador. Su negativa a crecer lo define, pero también lo aísla. Para Maimie, el chico volador representa tanto una tentación como un peligro. La idea de quedarse con él y disfrutar de la diversión interminable es atractiva, pero el riesgo de perderse para siempre en ese mundo nocturno también es real. Peter Pan, entonces, es presentado como una figura dual: el niño eterno que juega a las afueras de la realidad, pero también alguien que vive en un estado perpetuo de suspensión, incapaz de cambiar o evolucionar (un concepto muy relacionado con la muerte). Esta es una visión del personaje que sigue siendo extremadamente fiel a la obra de James Matthew Barrie ( especialmente «El Pajarito Blanco«), quien siempre describió a Peter como alguien atrapado en la frontera entre el mito y el sueño. Munuera logra captar esta esencia de Peter Pan, resaltando su carácter travieso, pero también su melancolía inherente.
Lo que hace que esta adaptación sea tan especial es la capacidad de José Luis Munuera y Sedyas, el alias de Sergio Román, para capturar la atmósfera del texto original y darle vida a través de esta versión gráfica. El arte del dibujante lorquino también destaca por su capacidad para reflejar las emociones de los personajes, especialmente de Maimie y Peter. Las expresiones de asombro, curiosidad y temor están maravillosamente retratadas, lo que permite conectar emocionalmente con todos los personajes que aparecen. Por otro lado, Sedyas combina una paleta de colores suaves con un estilo detallado que da vida tanto a los Jardines de Kensington como a los personajes que los habitan. La noche, en particular, está bellamente representada, con sombras y luces que crean un ambiente de ensueño, casi surrealista, perfecto para la historia que se está contando.

Publicada en francés originalmente por Dargaud, la edición en castellano corre a cargo de Astiberri, con prefacio de Richard Comballot y posfacio de Álex Romero. 96 páginas que logran algo excepcional al captar la esencia mágica y melancólica del personaje creado por James Matthew Barrie, mientras aporta una sensibilidad propia que enriquece al concepto original. Y te deja con esa reflexión: si un golpe en la cabeza puede transportarnos a mundos de fantasía que estando despiertos no alcanzamos a ver, ¿hasta qué punto la imaginación es un refugio para escapar de la realidad o, más aún, una dimensión oculta que solo se revela a quienes se atreven a soñar? «Peter Pan de Kensington» parece sugerir que la frontera entre la fantasía y la realidad es más delgada de lo que creemos, y que quizás todos llevamos dentro un pequeño Peter Pan que, de vez en cuando, nos invita a volar hacia esos jardines nocturnos donde el tiempo se detiene y los límites de lo posible se desvanecen. Con esta última reflexión, cierro el comic dejando en el aire la idea de que, tal vez, nuestra capacidad para ver más allá de lo cotidiano no depende de un accidente o un sueño, sino de la disposición a dejarse llevar por la magia de la imaginación, esa que, al igual que Peter, siempre espera paciente a que alguien la descubra.
