
Extraída de la resina del pino, la trementina ha servido a lo largo de la historia como antiinflamatorio y analgésico, además de tener propiedades antisépticas. Fue un remedio natural muy solicitado en zonas rurales y que dio nombre a un oficio practicado por mujeres en el pirineo catalán hasta la llegada de la industrialización: las trementinaires.
Conocidas así por ser la esencia de la trementina el producto que más se les solicitaba, las trementinaires fueron mujeres que mantenían el saber popular, al margen de academicismos, del conocimiento de las hierbas y sus aplicaciones. Portadoras de la memoria oral de generaciones, suyo era el dominio de esos saberes “al margen”, tan demandado en zonas rurales.

Unos saberes que, aun estando al margen de lo científico y lo religioso, venían dados de la comprensión de la naturaleza para aplicar los recursos naturales del entorno al bienestar del ser humano. Un conocimiento que, en ocasiones, chocaba con intereses en pequeñas localidades. Bien económicos, bien religiosos o patriarcales. Pues pudiera ser que los poderosos no aceptaran que alguien humilde tuviera amplios conocimientos de los saberes naturales. O se levantara la desconfianza desde el clero rural. También el temor de muchos al descubrir que, en tiempos más patriarcales, una mujer fuera independiente o motor económico de una familia o pareja. A ello súmese la ignorancia y la superstición para que así muchos confundieran a las trementaires con brujas.
De estas cuestiones nace el nuevo cómic de Jaime Martín: “Un oscuro manto” (“Un sombre manteau”) recién editado por Norma en castellano y catalán (“Un fosc mantell”), donde conoceremos a Mara, una anciana trementaire , en un relato ambientado a finales del siglo XIX en el pirineo catalán.

Al inicio del cómic, el paso del tiempo ya ha hecho mella en ella, pero aún así Mara sigue trabajando como curandera en armónico contacto con la naturaleza. Un día encuentra a una mujer desmayada en el bosque. La visitante, que no habla, parece que huye de algo. Mara la acogerá en su cabaña, desconociendo lo que puede conllevar esa presencia en el valle.
Ese es el punto de partida de este relato, donde Jaime Martín (“Siempre tendremos veinte años”, “Jamás tendré veinte años”, “Sangre de barrio” o, entre otros, “La memoria oscura”) captura la sensación de fidelidad a una época pretérita. Una época más agreste, donde los prejuicios y la desconfianza se dan de bruces con lo sobrenatural. Muchas veces autosugestionado; otras no. Donde la taumaturgia se confunde con el conocimiento ancestral sobre los recursos naturales. Es en ese contexto donde germina esta historia.

Bien hilado y documentado, Martín teje este “Oscuro manto” con una precisa elección cromática, que cataliza lo emocional y sensorial del guion. Así las páginas del tebeo fluyen entre lo ancestral y el misterio, apoyadas en las caracterizaciones tridimensionales de Mara, la visitante y el resto de personajes. Elementos todos ellos indispensables para que, conforme se avance en el recorrido propuesto, vaya aumentando el interés del relato, por la buena construcción que demuestra, tanto en tono como en tempo dramático.
Prevista su edición en Francia por Dupuis para el próximo junio, a este lado de los pirineos ya podemos disfrutar del cómic, pues Norma Editorial lo acaba de estrenar en castellano y catalán este mes en un cuidado volumen en cartoné de 112 páginas a color que cuenta con prólogo firmado por Layla Martínez. “Un oscuro manto” es una ventana a otro tiempo y lugar, no muy lejano pero del que ya solo nos quedan vestigios. Martín los rescata en esta ficción con “savoir faire” y nos brinda un relato muy humano, entre lo ancestral, lo mágico y los prejuicios. Sólido en desarrollo, a todas luces certero en su resultado final. “Un oscuro manto” nos devuelve, entre fantasía e historia, un oficio ya perdido en las montañas del Valle de la Vansa y Tuixent. Y lo hace con luminoso magisterio: el que porta en sus páginas.
