Padualand: Vacío, secretos e inseguridades

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El año 2022 vino marcado por el descubrimiento para muchos de Miguel Vila con su segunda obra: “Dulce de leche”, la primera que se publicaba por estos lares del autor paduano, gracias a La Cúpula. Un tebeo que sin duda fue rompedor tanto en lo conceptual como en lo estético, consiguiendo en su resultado una amalgama de sensaciones única, por la manera de pintar en tonos pastel la obsesión íntima que experimentada por su protagonista, así como por la narrativa gráfica que desplegaba, tan fresca como certera. Tras esa sorpresa, La Cúpula no ha tardado en traer al mercado en castellano su primera obra: “Padualand”, (“Padovaland”), editada por Canicola en 2020.

En “Padualand” podemos observar rasgos que se pueden advertir ya como constantes en Vila, un estilo propio que hace que al ver una de sus páginas nos remita directamente al autor: la fresca y certera composición de página, con unas distribuciones de viñetas que refuerzan lo contado en todo momento, cambiando el plano de visión y encuadre en todo momento para ir apuntalando cada parte de la trama, alternando distintos tamaños de viñeta. Esto potencia lo narrado en todo momento, con un estilo de dibujo muy realista, alejado de bellezas idealizadas, sintetizando lo imperfecto a través de cuerpos desproporcionados, bien obesos, bien escuálidos. Ejemplo plástico de este hiperrealismo deformado que nos brinda. Ese que conecta con el lado más patético de la existencia; y de donde el autor saca material que no deja indiferente por la fuerza plástica con que lo reviste.

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Todos estos rasgos, códigos y elementos están presentes en “Padualand”, una obra coral donde asistiremos a la confluencia de sufrimiento y desazón contenida que sienten el grupo de amigos que la protagoniza. Inseguridades varias, miedo al rechazo e inseguridad son las constantes de estos personajes que pueblan un extrarradio de Padua, con ese paisaje tan anodino como un centro comercial, tan característico de este comienzo de siglo XXI.

Esa frustración soterrada es el leitmotiv del relato, a ratos esperpéntico, a ratos patético. Tanto como algunos momentos vitales que protagonizan los personajes. Todos con algo que ocultar, con pulsiones íntimas, atrapados de alguna manera en una vida nada plena, en la que la mera existencia no puede cubrir el vacío que sienten.

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Todo esto está en “Padualand”, a lo largo de sus contundentes 164 páginas, que Ediciones La Cúpula ha editado en formato rústica con solapas y que cuenta con la traducción de Gema Moraleda. Una ventana al vacío existencialista actual de esa periferia donde poco tiene sentido. Más que un relato, estamos ante un estado de ánimo perfectamente plasmado, secuenciado y coloreado. De los que no dejan indiferente.

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